No va a ser tu día

Suena el despertador.

Con los ojos somnolientos miras la hora. El reloj marca las 5:00. Es hora de levantarse. Toca vestirse y comenzar otro día como otros muchos que has vivido anteriormente. Tu aplicación de El Tiempo del móvil te alerta de que va a llover. Subes la persiana y, a través de la luz de las farolas, notas la lluvia caer con fuerza sobre el asfalto. Hoy tardarás más de lo normal en ocupar tu puesto en el trabajo, así que aligeras el paso y terminas los preparativos para marchar cuanto antes. La casa duerme, así que te vas sin hacer ruido, como un fantasma en un cementerio.

Corres hacia el metro y viajas junto con otro grupo de personas que, o bien cabecean sobre sus asientos o miran hipnotizados sus móviles mientras juegan a algo que parecen gominolas. Conforme vas recorriendo tu camino, varios transeúntes se van subiendo al transporte. Y cada vez son más. Tu vagón se convierte en una lata de sardinas que apesta a sudor humano matutino. No puedes respirar, no te puedes mover. Una señora te pisa el pie con el tacón y ni se inmuta.

No, hoy no va a ser tu día.

Acudes al trabajo, empapado. Enciendes tu ordenador y te pones a trabajar. De vez en cuando descansas la vista, pero vuelves a ponerte al lío cuando notas la mirada de tu jefe clavada en la nuca mientras sorbe una taza de café caliente. Te llama. Quiere que vayas a su despacho. Te temes lo peor, que te van a despedir. Piensas cómo vas a pagar tu hipoteca, tus facturas. Pero no, de momento aún sigues bajo su cargo, solo que con nuevas condiciones: te rebaja el sueldo, debes hacer más horas extras porque la ocasión así lo requiere y te quita días de vacaciones. Deseas quejarte ante tal situación injusta, pero recuerdas lo que le ocurrió al único que se atrevió a alzar su voz y un escalofrío recorre tu espalda al pensar que podrías sufrir su mismo destino. Eres consciente de que no puedes tomarte la libertad de acabar en el paro, de modo que aceptas sin articular palabra.

– Agradece que tienes trabajo – añade al final tu jefe – y si no te gusta, siempre puedo contratar a otro por menos sueldo que el tuyo.

Te molesta esa actitud, pero no lo exteriorizas. Llevas tanto tiempo soportando sus burlas, sus gimoteos y sus amenazas que ya ni te sorprende que aún te siga explotando. No es lo correcto, pero ¿qué otra cosa se puede hacer? Necesitas el dinero para pagar tu casa y para sobrevivir. No tendrías a nadie a tu lado que te ayudara económicamente. Entonces ¿qué haces?

Miras el reloj. Sólo son las 8:30. Tu buzón de correo está a punto de explotar por la cantidad de trabajo que se ha acumulado desde que te fuiste hasta ese mismo momento. Definitivamente, te dices, no es mi día.

Tus compañeros, padres fumadores de hijos malcriados, abandonan su puesto para dar una calada a un cigarro. Salen antes, saltándose su horario laboral sólo para estar más tiempo con sus hijos. ¿Y tú? Tú sigues dando el callo, porque no te queda otra: no tienes familia, vives solo, no fumas. Te piden que completes sus tareas. Estás hasta arriba y así se lo haces saber. A los pocos minutos tienes a tu jefe gritándote que debes ayudar a tus compañeros, que todos somos un equipo. Todos somos un equipo, pero el único que pringas eres tú. Es lo que hay.

– Por lo menos tienes trabajo – te repite – y ya sabes que si no quieres hacerlo, te puedo mandar al paro ya mismo.

Las horas pasan lentamente. Tu pila de labores se reduce. Es posible que puedas salir antes…

No.

Tu jefe te manda otro montón de quehaceres que se tienen que completar antes de que acabe el día. Poco a poco, todos tus compañeros se van, incluido el jefe. Mientras, sigues tecleando, sacando todo adelante.

Terminas con dolor de cabeza, con dolor de muñecas de tanto teclear. El reloj te informa de que son las 20:45. Explotas al ver que sigue lloviendo fuera y que tardas dos horas en llegar a casa. Recorres el camino de vuelta, sin ganas de hacer nada, arrastrando los pies y esforzándote para dar un paso más. Pronto estarás en casa, piensas.

Al llegar, ves que has recibido las facturas. Compruebas en tu cuenta de banco que ya sólo te quedan 100 euros que te puedes gastar hasta final de mes. Ves que sólo estás a día 5. Y la nevera hace eco. Te preguntas qué estás haciendo con tu vida. Te esclavizan para ganar una porquería de dinero que no disfrutas, te roban tu vida, te menosprecian y te insultan; pero no puedes hacer nada, porque otro puede aceptar tu puesto y con peores condiciones. Te sientes fatal, desganado.

No, ese no ha sido tu día.

No encuentras motivos para planificar algo que te mejore la vida. Ese trabajo te succiona y te deja sin energías, sin ganas de hacer nada que te motive. Pese a todo, piensas que en algún momento, todos esos objetivos que te planificaste desde pequeño se cumplirán porque esta mala racha se pasará tarde o temprano. Así que te acuestas con la esperanza de que mañana será un día genial… Hasta que el despertador te recuerda que no va a ser así.
 

Licencia de Creative Commons
Entre plumas y lápices, created by IsiL MoonKiller, is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.